“En mi cumpleaños pasado me propuse incluir más momentos de pausa a mi vida y aprender a organizar mejor mis tiempos y prioridades… ¡Porque estoy agotada de correr todo el día! Partí como avión, pero después me anduve desinflando. Y hoy miro hacia atrás y veo que el año que pasó lo terminé como siempre: estresada, llena de compromisos que me quitan mucha energía y con la sensación constante de estar en deuda con todo y todos. Claramente, el “ser organizada” no es para mí. ¡Aunque lo necesito!”
Si te viste reflejada con lo que sentía una de mis clientas al comenzar a trabajar juntas, ¡Bienvenida al equipo! Lo que a ella le pasó es completa y absolutamente normal (de hecho, es esperable). El cambio de hábitos no es algo fácil porque implica un cóctel químico dentro de nosotras que “nos juega en contra” por llamarlo de alguna manera.
Te pido que des una respiración profunda, te pongas cómoda y te abras a leer lo que viene a continuación. Esta es una columna un poco más “técnica” que mis habituales posts, pero es necesario que, para generar cambios realmente efectivos, sepas lo que las neurociencias nos pueden enseñar sobre cómo se producen los cambios en nuestro cerebro. Lo trataré de explicar lo más didácticamente posible para no marear 😉
Las últimas investigaciones han demostrado que una de las principales razones por las que las personas no logramos mantener los nuevos hábitos en el tiempo es porque no tenemos ni la más remota idea de lo que ocurre a nivel biológico cuando comenzamos a hacer los cambios. ¿Se han preguntado alguna vez por qué no fuiste capaz de mantener esa rutina de ejercicios que tan bien te hacía? ¿O por qué dejaste de planificarte semanalmente si te ayudaba a ser más productiva?
Para responder a estas preguntas y ayudarte a cambiar aquello que quieres cambiar, es necesario entender un poco sobre “la biología del cambio” y conocer qué ocurre en tu interior cuando nos proponemos generar un nuevo hábito o desarrollar una nueva habilidad.
¡Ahí vamos!
Nuestras células están constantemente recibiendo información y replicándose, por lo que cuando comenzamos a reemplazar conductas que no nos hacen bien por otras que nos hacen mejor, lo que en realidad buscamos es reemplazar el estrés que reciben nuestras células con las primeras, por sensaciones más positivas en las segundas.
Esto implica que, a nivel biológico, con los nuevos hábitos comenzamos a mandar información nueva y “positiva” a nuestras células en forma de hormonas (dopamina y serotonina principalmente).
Veamos un ejemplo simple: me propongo mantener ordenado mi escritorio ya que trabajar en ese desorden me agobia y me hace perder tiempo. Voy, ordeno mi escritorio y lo mantengo así por algunos días. La sensación placentera de ver todo en su lugar inmediatamente me produce un estado de bienestar y de “nuevo comienzo”. ¡Y me siento genial! En resumen, lo que hice fue dejar de alimentar con estrés a mis células para entregarles dopamina y serotonina (u “hormonas del placer”).
El desafío está en que nuestras células estaban acostumbradas a recibir otro tipo de información en forma de cortisol (hormona del estrés). Y por muy mal que nos haga sentir el estrés, es lo que estaban acostumbradas a recibir, por lo tanto, después de un tiempo lo echarán de menos y pedirán que regrese ¡Porque son adictas a él!
Cuando estás partiendo un cambio, la nueva información que reciben tus células no cuenta con los receptores específicos para poder asimilarla correctamente. Por eso, ellas pronto te pedirán dar marcha atrás, abandonar el cambio y así seguir recibiendo la información a la que estaban acostumbradas. Ellas no quieren cambiar porque eso implica energía ¡y tu cerebro es una máquina de ahorro energético! Porque debe mantenerte con vida 😉
Para adaptarse a las nuevas hormonas liberadas con el cambio tus células deben reestructurarse en base a esta nueva información y eso es pega para ellas.
Siguiendo con el ejemplo: nuestras células ya estaban acostumbradas al estrés con que se alimentaban cada vez que mirabas el caos de tu escritorio o tratabas de encontrar algún papel (de hecho, estaban tan acostumbradas que hasta tú te acostumbraste al estrés y no te dabas cuenta de lo mucho que te perturbaba hasta que lo viste ordenado y luminoso).
Y ese estrés que recibían lo metían en “cajitas” especialmente diseñadas para él. Cuando ordenas tu escritorio, ya no liberas estrés sino dopamina y serotonina y, pese a que te generan placer, no calzan en las cajitas que tus células habían diseñado para recibir el cortisol u hormona del estrés. Entonces, deben comenzar a trabajar para construir nuevas cajitas que sí puedan recibir a estas nuevas y mejores invitadas. ¡Pero no tienen muchas ganas de hacer ese esfuerzo!
Así, cada vez que te propones cambiar una conducta o una manera de pensar o de sentir, sometes a tu cuerpo a un desafío a nivel biológico que requiere energía. Implica un trabajo a nivel celular que tu cuerpo no quiere tener. Ahí es cuando la motivación inicial comienza a bajar. Sientes que flaqueas, disminuye tu entusiasmo y te autosaboteas.
Interpretas esta incomodidad celular como un: “Mmmmm, esto no se siente bien…. Esto no es para mí, parece que no sirvo para ser ordenada”. Y abandonas la nueva conducta. Y tu escritorio vuelve a estar desordenado otra vez… ¡Y tú vuelves a agobiarte y a culparte por tu poca fuerza de voluntad!
Lo importante de todo esto, es comprender que tus células no van a querer desde un comienzo a estos nuevos invitados llamados dopamina y serotonina, por muy positivos y buenos que sean, ya que ellas estaban acostumbradas a su viejo y conocido amigo el cortisol (hormona del estrés). ¡Sus cajitas eran perfectas para él y no para las nuevas invitadas!
Como toda relación parte con un período de conquista y conocimiento mutuo antes de decidirse a formar algo más estable, lo mismo ocurre con nuestras células y estas nuevas hormonas.
Por lo tanto, el secreto está en mantenerte con el nuevo hábito más allá de ese punto en el que quieres abandonar todo. De hecho, justo cuando estás chata y quieres mandar el nuevo hábito a la punta del cerro Manquehue es cuando más cerca te encuentras de que tus células hagan los cambios necesarios para adaptarse a él.
Es como decidir no seguir buscando ese restaurant que tanto te recomendaron cuando éste estaba justo a la vuelta de la esquina. Pero como no lo sabías, elegiste volver. ¡Y estabas tan cerca!
El comprender la ciencia que hay detrás de los procesos de cambio, aumenta las probabilidades de éxito ya que las personas comenzamos a entender que las ganas de renunciar son parte del camino.
Tenemos que esperar que nuestras células generen los nuevos receptores para las hormonas “positivas”, mantenernos firmes y saber que ese cambio está al doblar esa esquina.
Lo que hemos estado haciendo hasta ahora es malinterpretar esa información de desgano, desmotivación y ganas de renunciar como “Auch… este cambio no es para mí, el antiguo hábito no es tan terrible… voy a volver a mi zona de confort” en vez de “Ah! Están ocurriendo los cambios celulares que deben ocurrir, debo mantenerme en este camino un poco más… sólo un poco más”.
Sé que suena medio imposible al comienzo, pero te prometo que acá está la clave:
Veamos otro ejemplo concreto: si decidiste inscribirte en el gimnasio en vez de quedarte en tu casa sentada en el sillón como todas las tardes (y luego estresarte por la culpa que te da), al principio el cambio se sentirá bien, pero al poco andar te sentirás un poco incómoda, desmotivada, comenzarás a no querer ir al gimnasio, y luego dejarás de ir. ¿Suena conocido?
Lo que nos dice la biología del cambio, es que éste ocurrirá sólo si nos mantenemos firmes en él. Firmes hasta que nuestras células construyan esas nuevas cajitas, se acostumbren a la serotonina y dopamina, y quieran más. Confía, si persistes llegará ese momento mágico en el que ya no te imagines tu semana sin ir al gimnasio por lo bien que te hace sentir.
En conclusión, tenemos que mantenernos firmes hasta que pasemos ese período de transición celular. Ponerle el hombro hasta que nuestras células hayan generado estos nuevos receptores y se hagan “adictas” a esas nuevas actividades que hacen que se libere dopamina y serotonina.
Si te mantuviste leyendo hasta acá… ¡felicitaciones! Ya diste el primer paso para tener éxito en ese cambio que llevas tiempo planeando sin éxito.
¡Vamos por esos cambios!
Un abrazo,
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