Por: Gracia Dalgalarrando
El 2017 fue el año de la mujer. La ola se formó con la Marcha de las Mujeres que movilizó a cinco millones de personas para oponerse a Trump. Se propagó con la campaña “Ni una menos” en Latinoamérica; y finalmente reventó con las mujeres del movimiento “Me too”, que le dieron un remezón a la industria del entretenimiento en Estados Unidos. Todo confirma que estamos frente a un momentum histórico que difícilmente acabará pronto.
La mujer está reivindicando su posición en el mundo. Desde hace algún tiempo las empresas de vanguardia advirtieron el impacto económico que significa no tener mujeres en altos cargos. McKinsey lo cuantificó. El mundo podría ganar 28 trillones de dólares adicionales si se aprovechara todo el potencial productivo de las mujeres; y las empresas podrían ser hasta un 44% más rentables si tuviesen al menos a una mujer en sus comités ejecutivos.
Los chilenos lamentablemente estamos a la cola del mundo en esto. Mientras hoy estudian más mujeres que hombres en la educación superior, solo hay un 5% de empresas con mujeres gerentes generales. Entramos al mundo laboral con la ilusión de llegar lejos, pero inmediatamente quedamos estancadas en niveles bajos o en alguna jefatura menor. Una barrera invisible conocida como “Techo de Cristal“.
Necesitamos más modelos a seguir precisamente porque en nuestro entorno social o familiar tenemos muy pocos referentes femeninos en altos cargos. Lo cierto es que no podemos ser lo que no vemos. Un estudio de la U. de Massachusetts demostró que las estudiantes de Ingeniería que tienen mentoras mujeres se desempeñan mejor que las alumnas con mentores hombres, al punto que presentan un mayor rendimiento académico y una menor deserción.
El impacto es evidente en todas las industrias. Por ejemplo, la innovación en Estados Unidos se cuadruplicaría si las mujeres y minorías pudiesen inventar a la misma tasa que los hombres de clase alta. Un grupo de economistas de Harvard lo comprobó al analizar las vidas de un millón de inventores. La conclusión: convertirse en un Einstein no tiene tanto que ver con las habilidades del individuo, pero sí con su sexo y origen socioeconómico. Hoy solo el 18% de los patentadores son mujeres. En el camino quedaron muchas “Einstein perdidas”, niñas con igual rendimiento académico que sus compañeros y que habrían sido las Elon Musk de su época si se hubiesen decidido a inventar.
¿Cómo derribamos el Techo de Cristal? Creando ecosistemas de diversidad, donde se promueva el crecimiento profesional de las mujeres a través de mentorías y networking o desarrollo de redes. Resaltar modelos femeninos a seguir para que otras mujeres las conozcan, admiren y se esfuercen por ser como ellas. Si no lo hacemos por justicia, al menos hay que hacerlo por lo que se está dejando de ganar. ¡Por ni una Einstein menos!
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